Los trabajadores le reprochan el incumplimiento de las promesas electorales.
En un gesto inusitado, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, ha marcado distancias de los principales sindicatos del país, dejando claro, esta vez en el terreno económico, que su Gobierno tiene personalidad propia y que no se mueve con las inercias del Gobierno anterior. El pulso mantenido en las últimas semanas entre el nuevo Ejecutivo y el mundo sindical por el aumento del salario mínimo, en el que Rousseff no parece dar su brazo a torcer, supone el punto y final de las relaciones perfectamente engrasadas que mantenían los trabajadores brasileños y el palacio de Planalto.
Para leer el artículo completo, por favor visita el sitio web de El País
Los trabajadores le reprochan el incumplimiento de las promesas electorales.
En un gesto inusitado, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, ha marcado distancias de los principales sindicatos del país, dejando claro, esta vez en el terreno económico, que su Gobierno tiene personalidad propia y que no se mueve con las inercias del Gobierno anterior. El pulso mantenido en las últimas semanas entre el nuevo Ejecutivo y el mundo sindical por el aumento del salario mínimo, en el que Rousseff no parece dar su brazo a torcer, supone el punto y final de las relaciones perfectamente engrasadas que mantenían los trabajadores brasileños y el palacio de Planalto.
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