
Por Raquel Nogueira
Finales del año 2013. Una amenaza muy peligrosa se cierne sobre la sociedad española y, en particular, sobre las mujeres: el Ministro de Justicia del Gobierno español, Alberto Ruiz-Gallardón, anuncia una reforma de la actual ley del aborto. Bajo el nombre de “Ley Orgánica de Protección del Concebido y los Derechos de la Mujer Embarazada” se intenta llevar a cabo un ataque directo a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres de España, lo que también supone un retroceso para Europa. Una amenaza que, de cumplirse, nos haría volver al pasado, a 1985 o peor, al franquismo, a la época de los parques y sótanos, las perchas y agujas de tejer, de los carniceros y las muertes innecesarias, de las secuelas de por vida, a los tiempos de los viajes a Reino Unido y Holanda, a escabullirse por la frontera a Francia… A la época que, tras muchas lágrimas y movilizaciones, nuestras madres y abuelas consiguieron dejar atrás. Si este anteproyecto entrase en vigor nos dejaría sin libertad para decidir cuándo interrumpir el embarazo sin miedo a ser castigada y sin dar explicaciones a nadie.
Soy española, nací en 1989 y esta situación me indigna. En aquel entonces, a penas catorce años después del fin de la dictadura de extrema derecha y cuatro años después de despenalizarse por fin el aborto en España, mi madre –como otras tantas mujeres- escogió libremente seguir con su embarazo. Decidió sobre su cuerpo y su vida. Tuvo la posibilidad de elegir en libertad. Ahora, veinticinco años después, nos quieren quitar ese derecho, ese poder de decisión. Desde finales de 2013 Ruiz-Gallardón amenaza con despojar a las mujeres (y hombres) de mi país de su derecho –fundamental- a decidir. El anuncio, rechazado por todos los partidos políticos en el Parlamento e, incluso, por miembros del propio partido en el Gobierno, provocó en la población civil –apoyada por ONGs y asociaciones ciudadanas- una oleada de manifestaciones, concentraciones, vigilias, recogidas de firmas… la marea violeta resurgió, tomó las calles, cantó sus himnos… aquellas que pensaban que no tendrían que volver a manifestarse por su derecho a decidir se subieron al tren de la libertad con más fuerza que nunca: el derecho de todas, de nuestras madres, abuelas, hermanas, hijas, amigas, vecinas, conciudadanas. La movilización fue extrema. Tanto, que mujeres y hombres de toda Europa se unieron a la protesta. La más grande de las manifestaciones fue incluso recogida por varias cineastas en forma de documental: “Yo decido. El tren de la libertad”, producción que está recorriendo España y Europa con la intención de denunciar la situación y conseguir una mayor presión sobre el gobierno.
Por el momento, parece que la movilización ciudadana –y ese posible resurgir del feminismo español en las calles- han hecho mella en el proyecto del ministro: el gobierno ha ido alargando desde el verano la aprobación de la polémica contra-reforma. Parece que dicha ley no verá la luz –al menos no a corto plazo. Tal vez haya sido la falta de consenso entre gobierno y oposición –y dentro de la misma Administración- y la presión social y ciudadana lo que ha conseguido que el proyecto frene en seco –al menos por el momento; o tal vez haya sido el coste electoral que le supondría las miles de personas protestando en la calle a pocos meses de las elecciones. Sea lo que fuere, para satisfacción de la mayoría de la sociedad española (y para disgusto de los ultraconservadores y los, autodenominados, grupos “provida”), el freno está echado; aunque debemos mantenernos vigilantes por si nos la vuelven a intentar colar.