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Mujeres, madres y puestos directivos

Editorial / Opinion Piece / Blog Post

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December 1, 2014

Mujeres, madres y puestos directivos

 Por Carmen Sánchez Oliver    Según datos del Instituto Nacional de Estadística, el número de mujeres con formación académica es mayor que la del hombre en todas las etapas de la educación y en todas las ramas, salvo en las técnicas. Si nos detenemos en la franja de edad que va desde los 30 a los 34 años,  observamos que el porcentaje de ellas con nivel de educación superior y Doctorado alcanza el 45%, frente al 35% de ellos. Paralelamente, las mujeres cuentan hoy en día con una tasa menor de abandono y fracaso escolar temprano, esto es, el que se produce antes de los 24 años de edad. Esta realidad se repite con ligeras variantes en la mayoría de países de la Unión Europea.   Cuando dejamos el campo académico y buscamos datos sobre la situación de la mujer en la vida pública, parece que las cifras no encajan, que no hablamos de la misma realidad. Las mujeres mayores de 25 años, esas que en las estadísticas superan a los hombres en cualificación, cuentan con una tasa de paro superior a la de sus compañeros varones y obtienen salarios notoriamente inferiores.  En niveles más altos y atendiendo a los cargos directivos, vemos que el porcentaje de mujeres en los Consejos de Administración de las empresas que forman parte del Ibex-35 era tan solo del 13,3% en 2012.   Centrándonos en el plano político estatal, la situación es bastante similar. El Congreso de los Diputados actual cuenta con una presencia femenina del 39%, cifra que solo roza el 40% previsto en la Ley de Igualdad como composición equilibrada, pero que no obstante, supera a la media de la Unión Europea en diez puntos. Si atendemos a los datos de las alcaldías nacionales, las cifras empeoran y la media baja hasta un insuficiente 17%, llegando incluso al 9% en comunidades como Galicia o Cantabria. En el ámbito local, observamos que las formaciones políticas conservadoras como Partido Popular, Convergència i Unió y el Partido Nacionalista Vasco son las que menos alcaldesas aportan al conjunto del Estado, aunque todos los partidos suspenden en esta materia (y en muchas otras, dicho sea de paso).   ¿Qué está pasando entonces? ¿Qué le ocurre a la mujer al entrar en la mediana edad que le impide disfrutar de una igualdad plena con el hombre en su vida política y laboral? Recordemos aquí unas declaraciones ampliamente comentadas en la prensa española de la Presidenta del Círculo de Empresarios en España, Mónica Oriol: ''Prefiero una mujer de más de 45 y menos de 25, porque como se quede embarazada, nos encontramos con el problema. Llegar a los puestos directivos no se puede conseguir con cuotas ni con una realidad regulatoria. Solo se puede conseguir si la mujer sabe que el sacrificio para llegar a un puesto directivo tiene un precio. O te casas con un funcionario o tienes un marido al que le encantan los niños.''    Periodistas, ciudadanos y políticos de todas las ideologías, también aquellos adeptos a alguna de las diferentes gamas de grises y casposidades de la política española, arremetieron contra la empresaria acusándola de machista. Incluso aquellas señoras diputadas del Partido Popular dispuestas semanas antes a votar a favor de la norma más retrógrada y denigrante inventada contra su propio género -pero paradógicamente ideada por un hombre-, la reforma de la ley 2/2010 sobre interrupción voluntaria del embarazo. También ellas se rebelaron, tal vez solo atentas a la limitación para la mujer-madre que esas declaraciones reconocían, y no tanto a la limitación para la mujer en sí.    Estas palabras, dichas de una manera incómoda y frívola, no dejan por ello de admitir una triste realidad de la vida empresarial y política y una práctica frecuente en el acceso de la mujer a esos escenarios: La mujer tiene que optar y cuando lo hace, inevitablemente también está renunciando. Es su dicotomía, su brecha, la que no suele planteársele al hombre. Familia o poder. Y cuando una mujer renuncia, cualquiera que sea el despojo, es también la pérdida de su sociedad entera, porque todos queremos vivir en un un país con un índice de natalidad adecuado -entiéndase futuros pagadores de impuestos- y modelo en la igualdad de sexos, o igualdad en general, cualquier cosa que eso pueda significar, siempre y cuando sea traducible en cifras, en rankings, en cincuentas por cientos sobre todos los gráficos de prensa.    La mayoría parecen abogar por la igualdad pero pocos coinciden en el camino a seguir para alcanzarla. Muchos estiman, también muchas mujeres entre las que se encuentra la ya citada Mónica Oriol, que las políticas de discriminación positiva no ayudan. Consideran que medidas como la de imponer un porcentaje de presencia femenina en los parlamentos o en los consejos de administración solo favorecen la imagen generalizada de mujer débil y dependiente que es incapaz de llegar a su objetivo por mérito propio y que además, se resta calidad al servicio ofrecido por atender más al género que al mérito. Aunque estos argumentos resultan comprensibles, no podemos obviar el legado de nuestra historia en lo que a género se refiere: La vida de la mujer ha sido, y hoy lo es aún más, una carrera apremiante llena de obstáculos que el hombre ni intuye. Nos enfrentamos constantemente a toda una serie de imposiciones y exigencias sociales relativas a nuestra intimidad, a la forma en la que nos relacionamos y a las ocupaciones y objetivos que elegimos. Todo ello, fruto de una tradición patriarcal en la que los roles de la mujer han estado fervientemente marcados -también los del hombre, cierto es, pero estos siempre más anchos-.   Esta herencia y este modelo son superables y no deben suponer un estigma permanente para la mujer, pero lo que no podemos omitir es el hecho de la maternidad, que deberíamos empezar a entender como un bien social. No de la manera que han querido hacer en España, obviando el esencial protagonismo de la mujer y queriendo decidir por ella, sino propiciando las mejores condiciones para que el proceso tenga lugar si la mujer así lo quiere, y viendo en ello un beneficio para el bienestar personal de la población y la estabilidad demográfica y económica de un país. Es por eso por lo que las regulaciones -feministas- son necesarias y es por eso por lo que las cifras importan. Una participación mayor en número, pero también en intensidad, de la mujer en el escenario público para autogestionarse, para hacerse visible y para no dejar nunca más que otros legislen y decidan sobre su cuerpo, su capacidad y su lugar y función en el mundo.

 Por Carmen Sánchez Oliver    Según datos del Instituto Nacional de Estadística, el número de mujeres con formación académica es mayor que la del hombre en todas las etapas de la educación y en todas las ramas, salvo en las técnicas. Si nos detenemos en la franja de edad que va desde los 30 a los 34 años,  observamos que el porcentaje de ellas con nivel de educación superior y Doctorado alcanza el 45%, frente al 35% de ellos. Paralelamente, las mujeres cuentan hoy en día con una tasa menor de abandono y fracaso escolar temprano, esto es, el que se produce antes de los 24 años de edad. Esta realidad se repite con ligeras variantes en la mayoría de países de la Unión Europea.   Cuando dejamos el campo académico y buscamos datos sobre la situación de la mujer en la vida pública, parece que las cifras no encajan, que no hablamos de la misma realidad. Las mujeres mayores de 25 años, esas que en las estadísticas superan a los hombres en cualificación, cuentan con una tasa de paro superior a la de sus compañeros varones y obtienen salarios notoriamente inferiores.  En niveles más altos y atendiendo a los cargos directivos, vemos que el porcentaje de mujeres en los Consejos de Administración de las empresas que forman parte del Ibex-35 era tan solo del 13,3% en 2012.   Centrándonos en el plano político estatal, la situación es bastante similar. El Congreso de los Diputados actual cuenta con una presencia femenina del 39%, cifra que solo roza el 40% previsto en la Ley de Igualdad como composición equilibrada, pero que no obstante, supera a la media de la Unión Europea en diez puntos. Si atendemos a los datos de las alcaldías nacionales, las cifras empeoran y la media baja hasta un insuficiente 17%, llegando incluso al 9% en comunidades como Galicia o Cantabria. En el ámbito local, observamos que las formaciones políticas conservadoras como Partido Popular, Convergència i Unió y el Partido Nacionalista Vasco son las que menos alcaldesas aportan al conjunto del Estado, aunque todos los partidos suspenden en esta materia (y en muchas otras, dicho sea de paso).   ¿Qué está pasando entonces? ¿Qué le ocurre a la mujer al entrar en la mediana edad que le impide disfrutar de una igualdad plena con el hombre en su vida política y laboral? Recordemos aquí unas declaraciones ampliamente comentadas en la prensa española de la Presidenta del Círculo de Empresarios en España, Mónica Oriol: ''Prefiero una mujer de más de 45 y menos de 25, porque como se quede embarazada, nos encontramos con el problema. Llegar a los puestos directivos no se puede conseguir con cuotas ni con una realidad regulatoria. Solo se puede conseguir si la mujer sabe que el sacrificio para llegar a un puesto directivo tiene un precio. O te casas con un funcionario o tienes un marido al que le encantan los niños.''    Periodistas, ciudadanos y políticos de todas las ideologías, también aquellos adeptos a alguna de las diferentes gamas de grises y casposidades de la política española, arremetieron contra la empresaria acusándola de machista. Incluso aquellas señoras diputadas del Partido Popular dispuestas semanas antes a votar a favor de la norma más retrógrada y denigrante inventada contra su propio género -pero paradógicamente ideada por un hombre-, la reforma de la ley 2/2010 sobre interrupción voluntaria del embarazo. También ellas se rebelaron, tal vez solo atentas a la limitación para la mujer-madre que esas declaraciones reconocían, y no tanto a la limitación para la mujer en sí.    Estas palabras, dichas de una manera incómoda y frívola, no dejan por ello de admitir una triste realidad de la vida empresarial y política y una práctica frecuente en el acceso de la mujer a esos escenarios: La mujer tiene que optar y cuando lo hace, inevitablemente también está renunciando. Es su dicotomía, su brecha, la que no suele planteársele al hombre. Familia o poder. Y cuando una mujer renuncia, cualquiera que sea el despojo, es también la pérdida de su sociedad entera, porque todos queremos vivir en un un país con un índice de natalidad adecuado -entiéndase futuros pagadores de impuestos- y modelo en la igualdad de sexos, o igualdad en general, cualquier cosa que eso pueda significar, siempre y cuando sea traducible en cifras, en rankings, en cincuentas por cientos sobre todos los gráficos de prensa.    La mayoría parecen abogar por la igualdad pero pocos coinciden en el camino a seguir para alcanzarla. Muchos estiman, también muchas mujeres entre las que se encuentra la ya citada Mónica Oriol, que las políticas de discriminación positiva no ayudan. Consideran que medidas como la de imponer un porcentaje de presencia femenina en los parlamentos o en los consejos de administración solo favorecen la imagen generalizada de mujer débil y dependiente que es incapaz de llegar a su objetivo por mérito propio y que además, se resta calidad al servicio ofrecido por atender más al género que al mérito. Aunque estos argumentos resultan comprensibles, no podemos obviar el legado de nuestra historia en lo que a género se refiere: La vida de la mujer ha sido, y hoy lo es aún más, una carrera apremiante llena de obstáculos que el hombre ni intuye. Nos enfrentamos constantemente a toda una serie de imposiciones y exigencias sociales relativas a nuestra intimidad, a la forma en la que nos relacionamos y a las ocupaciones y objetivos que elegimos. Todo ello, fruto de una tradición patriarcal en la que los roles de la mujer han estado fervientemente marcados -también los del hombre, cierto es, pero estos siempre más anchos-.   Esta herencia y este modelo son superables y no deben suponer un estigma permanente para la mujer, pero lo que no podemos omitir es el hecho de la maternidad, que deberíamos empezar a entender como un bien social. No de la manera que han querido hacer en España, obviando el esencial protagonismo de la mujer y queriendo decidir por ella, sino propiciando las mejores condiciones para que el proceso tenga lugar si la mujer así lo quiere, y viendo en ello un beneficio para el bienestar personal de la población y la estabilidad demográfica y económica de un país. Es por eso por lo que las regulaciones -feministas- son necesarias y es por eso por lo que las cifras importan. Una participación mayor en número, pero también en intensidad, de la mujer en el escenario público para autogestionarse, para hacerse visible y para no dejar nunca más que otros legislen y decidan sobre su cuerpo, su capacidad y su lugar y función en el mundo.